Los textos breves que conforman la novela "Esperar una ola", el nuevo libro de Guillermo Saccomanno, tienen el mismo ritmo poético del oleaje que llega hasta la rompiente, una ola que va creciendo y en la que el surfista/escritor debe estar sumergido "para que el golpe de suerte ocurra", dice el autor de "Cámara Gesell". A más de cinco meses de su discurso en la última Feria del Libro de Buenos Aires, el escritor confiesa que le llama la atención "el escandalete de los biempensantes que creen que escribimos por amor al arte".
Por Carlos Aletto
Guillermo Saccomanno nació en 1948 y es una de las voces más representativas de la literatura argentina, una voz que no necesita caretas porque es auténtica. Su novela recién publicada por la editorial Planeta pone en evidencia que la buena literatura y la belleza no tienen límites ni formas frente al lector. Los 128 textos que conforman este libro de 200 páginas se pueden leer como piezas únicas, pero están conectadas por redes que desaparecen debajo de la superficie y emergen en distintas partes. Pueden leerse como piezas únicas, pero es una novela coral, fragmentaria.
El escritor, que vive en Villa Gesell, dice que la relación con el surfista, a la espera en el mar del surgimiento de la ola que va a encarar, se la sugirió, como analogía, la imagen de los pibes, en cualquier estación del año, con sus tablas, pasando la rompiente: “Aguardan y aguardan, en un mar a veces calmo, apacible y monótono durante un lapso considerable, hasta que se les aparece la ola que sienten personal, la que abordarán en un salto y navegarán su cresta, en ocasiones durante un instante, porque la ola puede expulsarlos de golpe en su violencia. Otras, si tienen suerte y destreza, pueden ser capaces de surfearla unos minutos hasta que se produce la expulsión”, explica Saccomanno.
“Lo que me impresiona en ellos es la paciencia de la espera. Es una metáfora perfecta que se puede trasladar a la escritura. Se trata de esta lapicera en mano ante la página en blanco, hasta que, de pronto, en un instante sobreviene la frase primera, la disparadora, que exige, al igual que la marea, lanzarse a navegarla con la ilusión de que el viaje tendrá una duración tan ansiada como eterna. No siempre esa frase, como la ola, viene. Es una cuestión de paciencia, luchar contra la ansiedad, escucharse y escuchar, un aprendizaje de silencio”, detalla.
Su nuevo libro, de textos breves, “surfea” en los mares de la composición.
-¿Estableciste alguna conexión previa entre este libro con distintas voces y “Cámara Gesell”, tu otra novela coral?
-El texto inicial de esta novela atomizada proviene de un texto anterior que había incluido en “Cámara Gesell”. Pues bien, recobrando lo que insinuaba aquel texto, decidí que tenía que continuarlo, que había algo ahí, inasible, que me pedía ser retomado. Desde ahí el pensamiento de una marea que atraviesa la escritura del libro con sus historias buscando que cada una de ellas -si bien son distintas, las obsesiones son la violencia social, la individual, el cuerpo, sus marcas, su erotismo y también su amargura-, se encadenara, como las olas, una tras otra.
-¿Cómo es el vínculo del oficio de escribir con el negocio editorial? Tema que aparece en esta novela pero que fue parte central de tu discurso de apertura en la Feria del Libro este año.
-El dinero pareciera ser una cuestión ajena a la materialidad del libro. Cuando se piensa en el libro, cuando se lo menciona tanto en discursos oficiales como en circuitos editoriales, es como una abstracción. Nos olvidamos de que se trata de un objeto de consumo que se inserta en el mercado de la plusvalía. No hay afuera de la cultura de la plusvalía. Y el libro, para quienes escribimos, no resulta tangible cuando lo escribimos, pero una vez concluido, deviene infaliblemente en mercancía. A esto me referí en el discurso de la Feria del Libro pasada, a la materialidad del libro, las distintas etapas que comprenden desde la producción de papel hasta el objeto final, su distribución, su precio. Una cosa es el valor que uno le otorga, un valor subjetivo, y otra su precio, del cual se desprende el porcentaje ínfimo que percibe el autor. Me llama la atención -y no me hago el distraído- el escandalete de los biempensantes que creen que escribimos por amor al arte -porque la escritura lo es, es un arte- pero el arte no es gratis. Me acuerdo de que una vez, hace años, le preguntaron al Negro Fontanarrosa: ¿Usted vive de esto? Y el Negro, con su sagacidad, contestó mordaz: “Nosotros vivimos de esto. Pero también vamos a morir de esto”.
El escritor presentó recientemente su último libro en la Feria del Libro de Buenos Aires.
-¿Qué repercusiones a favor y cuáles en contra te sorprendieron?
-El discurso fue interpretado como una bajada de línea. De ninguna manera lo fue. A menos que la verdad, lo real, sea una bajada. Soy narrador, y como tal, asumiéndolo, me limité a ser descriptivo, a desplegar los pormenores de dicha materialidad y el contexto en que uno se inscribe con su escritura. Supongo que lo que se esperaba era que presentara un discurso educado, que me refiriera a la inspiración, el bello estilo, las buenas intenciones que siempre decoran la ceremonia, y no molestan a los sectores de la industria. Tal vez no me habían leído antes, lo cual es probable, que no supieran de mi ideología y mi percepción de la realidad. Consideré siempre que vida y arte son inseparables, que más allá del género en que uno se exprese, la sociedad está ahí, la historia está ahí, los condicionamientos están ahí y no se los puede ignorar. Obvio, esto genera una inquietud política. En este sentido el escandalete, el hablar de dinero, contar que nunca antes la Feria había pagado el trabajo que implicaron la argumentación de discursos, fue como decir “caca” en una reunión careta. O, si prefiere, nombrar la soga en casa del ahorcado.
-¿En esta novela tampoco escapa a la realidad individual ni social?
-“Esperar una ola”, como dije, es una novela atomizada cuya composición se cifra en la captación de fragmentos de realidad a veces imaginaria, a veces más intimista, a veces más escatológica, otras indagando los sentimientos, lo que generan circunstancias trágicas. Y todas las historias pivotean sobre dos ejes: la contemporaneidad y la simultaneidad. Me interesaba que las historias pudieran detectarse en zonas y momentos concretos, y que todas pudieran leerse como transcurriendo en un mismo tiempo, que es el ahora en que vivimos. Vivimos absortos en la instantaneidad y la velocidad enterándonos en un tiempo real lo que puede estar sucediendo en un conflicto bélico, en una quema forestal, en desastres ambientales, en protestas sociales y represiones pero ignoramos qué pasa del otro lado de la pared, qué está ocurriendo cerca, si un abuso, un cáncer, un suicidio, si una alegría o una pesadilla. El sistema capitalista se articula en torno a la ecuación sexo-dinero-poder. Se dirá entonces que soy marxista. Pues sí, lo soy. Siempre lo fui. A veces me toman por peronista. Y la confusión se basa en que no soy gorila, que al creer en la lucha de clases, reivindico el pensamiento de Evita: donde se plantea una necesidad, se impone un derecho.
“Vivimos absortos en la instantaneidad y la velocidad enterándonos en un tiempo real lo que puede estar sucediendo en un conflicto bélico, en una quema forestal, en desastres ambientales, en protestas sociales y represiones. Pero ignoramos qué pasa del otro lado de la pared, qué está ocurriendo cerca, si un abuso, un cáncer, un suicidio, si una alegría o una pesadilla”.
-¿Encontraste en esta novela las formas más cercanas a la poesía?
-Si hay una relación entre la escritura de este libro y la poesía, conjeturo, está derivada de su composición. Desde el arranque me propuse una “métrica”, que ninguna historia excediera la carilla A4 en tipografía Times New Roman cuerpo 16. Esto me obligaba a la concisión. También, a la vez, perseguía que cada historia funcionara como una visión. Tal vez la manera adecuada de calificar las historias que arman esta novela es como esquirlas o visiones de instantes en fuga. Seguramente hay algún mecanismo que se me escapa y proviene de mis lecturas de los últimos años sobre poesía y filosofía. Un poema, en su instantaneidad, puede resumir un tratado filosófico. Y un tratado, como el de Wittgenstein, puede ser leído como poesía, cada epigrama, un poema. Hubo veces, durante los dos años de escritura, que extraviaba el sentido del libro, si es que había un libro. Por suerte conté con amistades lectoras, cuyas opiniones me resultaron más que aportes. Hablo de Paula Pérez Alonso, Ángela Pradelli y Juan Boido.
-¿Tus antepasados fantasmales se avecinan en toda tu escritura?
-A lo largo del libro hay constantes que asoman a la superficie y se manifiestan como reflexiones sobre la escritura, ya sea a modo de la referencia a escritores (Edmond Jabés, Bruce Chatwin, W.G.Sebald, etcétera) o por la presencia inexorable de Juan Forn, mi amigo fallecido más de un año atrás. La nuestra era una relación literaria y no sólo porque nuestra pasión por la lectura era nuestra razón de ser. Contaré una anécdota ejemplar. En pandemia me encontré en Buenos Aires internado por una urgencia, medio dopado en una guardia, esperando una probable cirugía, con el suero conectado, cuando se me ocurrió llamarlo a Juan para conversar un rato de literatura. Juan me atendió y empezamos la conversación. De pronto uno de los dos preguntó en dónde se encontraba el otro. Juan estaba internado en una clínica de Mar del Plata, también conectado a un suero. Nos reímos. Y seguimos conversando. Esta anécdota prueba qué clase de amistad teníamos. Así éramos. Por tanto, en este libro, que está dedicado a su memoria, hay mucho de continuación de nuestras conversaciones.